30 mayo, 2011

"Bienaventurado el que piensa en el pobre" (Salmo 41)

El salmo 41 consiste en la súplica de alguien que está pasando por una etapa de enfermedad. El rey David, como ungido del Señor para guiar al pueblo de Israel, tiene una grave enfermedad, a tal punto que no se sabe si quedará con vida. Sus parientes, amigos y conocidos lo visitan en su lecho de dolor, y al salir dicen: “Una cosa del demonio se ha apoderado de él, así que cuando se acueste, no volverá a levantarse” (Sal. 41:8). Pero David, lejos de imaginarse que esos sean los comentarios de personas que lo estiman y que desean su bien, considera que son comentarios provenientes de la boca de sus enemigos: “Mis enemigos hablan mal de mi, diciendo: ‘¿Cuándo morirá y perecerá su nombre?’ Y si alguien viene a verme, habla mentira; su corazón recoge malas noticias, y cuando sale fuera, lo publica” (Sal. 41:5-6).
La ayuda más importante del que está atravesando un momento de enfermedad es Dios. Porque, para David, hay una situación de pecado que es preciso confesar. Este salmo no dice que la enfermedad del rey se deba a algún pecado que él haya cometido. Sin embargo, dice: “Oh, Señor, ten piedad de mí; sana mi alma, porque contra Ti he pecado” (Sal. 41:4). Dicen las Sagradas Escrituras que “la paga del pecado es la muerte”, sea esta tanto física como espiritual (Romanos 6:23). La enfermedad que el salmista experimenta, habla de la realidad del pecado con que todo ser humano ha venido a este mundo desde su nacimiento (Sal 51:5), incluso tú y yo. Por esa razón, la plegaria de David, que dice “Señor ten piedad” se ha convertido desde el comienzo de la iglesia cristiana en una parte fundamental de la oración y de la liturgia en la adoración pública. Porque cuando la Iglesia recita o canta el “Kyrie eleison” (que traducido del griego significa “Señor, ten piedad”), está reconociendo la necesidad de la presencia y de la salvación de Dios en Cristo.

23 mayo, 2011

"Cuidado Pastoral" (Richard Eyer)


El libro "Cuidado Pastoral", de Richard Eyer, es excelente y muy relevante para la pastoral actual. El autor anima a los pacientes hospitalizados a que cuenten su historia de sufrimiento, para luego ayudarles a interpretar la misma a la luz de la historia de la cruz. Es verdad que muchas veces esto no es posible a la primera visita que se hace a un paciente, hermano enlutado, depresivo, etc., sino que sucede después un período de tiempo trascurrido. A veces no entendemos automáticamente lo que Dios tiene para decirnos en una situación de dolor. Pasan semanas, meses e incluso años hasta que, con la perspectiva que ofrece el tiempo trascurrido, y la fe que ha ido madurando bajo el amparo de la gracia divina, uno puede interpretar finalmente el actuar de Dios que estuvo presente en mi sufrimiento.

18 mayo, 2011

La santidad tan buscada


Para comenzar, es preciso decir que nosotros los cristianos no queremos conformarnos a los valores del mundo, porque son contrarios a los mandamientos de Dios en su Palabra. Esto es, el individualismo, el hedonismo, el materialismo, el egoísmo, el relativismo religioso, los vicios, la falta de fe en Dios y su Palabra, la desobediencia a nuestros padres, la arrogancia, la soberbia, la falta de amor. Cuando comparamos los 10 Mandamietos con nuestra vida, en palabras, pensamientos, obras y actitudes, y deseos secretos del corazón, surge sin embargo, un fuego en nosotros que se rebela inconscientemente, y nos apenamos, sentimos dolor por eso, porque ofende a nuestro Salvador. Esa es la "carne", el viejo hombre en nosotros que tira para abajo, la vieja naturaleza heredada de Adán, la carne de pecado que arrastramos con nosotros hasta el día de nuestra muerte. Y uno dice: "¡Estoy perdido!" "¿Qué puedo hacer?" Pero la Palabra de Dios es clara:  "la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23a). Esta es la verdad: nada podemos hacer como para ser considerados  perfectos y santos delante de Dios.

Pero en Cristo, el Hijo de Dios, somos más que vencedores, gracias a Aquel que nos amó: siendo nosotros sus enemigos, él nos consideró sus amigos, dando su vida en la cruz para el perdón de nuestros pecados. Y esto, es por gracia, es decir, sin necesidad de alguna obra nuestra, ni siquiera la más chiquita, sin mover siquiera un sólo dedo. Pues el camino del calvario, sólo el Cordero de Dios pudo recorrerlo en buen de nosotros. Dice la Escritura que todos lo abandonaron, abandonado por Dios su Padre también. ¡Es por gracia que somos justos y santos, no por nuestras fuerzas! Dios así quiso revelar su justicia, castigando justamente en Cristo el pecado nuestro, para así absolvernos de nuestros delitos y librarnos de la  ira venidera y del castigo eterno, por amor de nosotros en Cristo.

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