09 marzo, 2011

Después del carnaval... Cenizas

Joel 2.12-19. 

Si el día de mañana se terminara el vino, el pan, el agua, la electricidad, los libros, ¿qué sucedería? ¿Qué pasaría si mañana mismo te despojan todo lo que tienes, o si es tu último día en este mundo? 
¿Qué pasaría si el día de mañana se acabaran todos los planes sociales de jefes y jefas de hogar? ¿Cómo reaccionaría la gente?

Son todas situaciones que exponen, revelan, lo que es el ser humano: carne, y más concretamente, como señala hoy el Miércoles de Ceniza, que delante de Dios somos polvo. Dice el libro del Génesis: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente” (Gen 2:7 RV95). Y poco después, con la desobediencia de Adán y la caída en pecado, Dios le dice: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás” (Gen 3:19 NVI). 

Pero el cristiano, una vez que es perdonado a causa de Cristo, entiende el arrepentimiento no sólo desde el punto de vista de la ley, del castigo de Dios; sino desde la ley y el evangelio. La ley de Dios lleva al hombre a reconocer sus errores; más aún, a reconocer su miseria y su naturaleza pervertida, pecaminosa. Pero el evangelio, revelado en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, es lo que lleva al ser humano a la fe y la esperanza en el amor de Dios, en su misericordia por aquel que es y se considera carne y polvo. Un amor tan grande, que a los que creen en su nombre, les da poder de ser hechos hijos de Dios (Juan 1.12).

En este día de Miércoles de Ceniza, Dios los llama a cada uno de ustedes, a través de la lectura del profeta Joel (2.12-19), a examinarse a sí mismos y ver si están en el camino de la verdadera fe. Los llama a desechar toda intensión secreta del corazón, a un análisis de los motivos y las intensiones por las cuales buscan y sirven a Dios, en una palabra, a confesar sus pecados bajo la perspectiva de la gracia. Dios los amonesta porque los ama, para que en el Día del Señor, no sean condenados al fuego eterno junto con el diablo, sus ángeles y los hombres perversos.

Según Martín Lutero (1483-1546), la vida cristiana es una vida de arrepentimiento diario. ¿Y en qué consiste el arrepentimiento? Escribe en su Catecismo Mayor: “El bautismo, tanto por lo que respecta a su poder como a su significación, comprende también el tercer sacramento llamado el arrepentimiento que, en realidad, no es sino el bautismo. Porque, ¿no significa acaso el arrepentirse atacar seriamente al viejo hombre y entrar en una nueva vida? Por eso, cuando vives en arrepentimiento, vives en el bautismo, el cual no significa solamente dicha nueva vida, sino que la opera, la principia y la conduce, pues en él son dadas la gracia, el espíritu y la fuerza para poder dominar al viejo hombre, a fin de que surja y se fortalezca el nuevo. De aquí que el bautismo subsista siempre y a pesar de que se caiga y peque, siempre tenemos, sin embargo, un recurso ahí para someter de nuevo al viejo hombre. Pero, no se necesita que se nos derrame más el agua, pues aun cuando se sumergiese cien veces en el agua, no hay más, no obstante, sino un bautismo; la obra y la significación, sin embargo continúan y permanecen. Así, el arrepentimiento no es sino lo que se había comenzado anteriormente y que después se ha abandonado” (Libro de Concordia, Catecismo Mayor: El Batismo, párrafos 74-79. Saint Louis: Editorial Concordia, 2000). 


Por eso, en situaciones de catástrofe, de pérdidas, o de dolor, ante la pregunta:  “¿qué es lo que me queda?” o bien “Y ahora, ¿a qué voy a aferrarme?, debes decirte a ti mismo: “Aunque me quiten todo, y mi vida sufra a causa de hombres malvados, con todo no me quitarán la promesa de Dios en Cristo dada en el sacramento del bautismo: que yo soy suyo, y él es mi Señor y Dios, y estoy en su Reino. Si el me salvó y me dio el perdón de los pecados y la vida eterna, con toda certeza cuidará de mí”. Y esta promesa es segura, pues en el bautismo fuimos injertados a Cristo, a su muerte y resurrección. Así como Cristo pasó el trago amargo de la cruz por ustedes, y Dios Padre lo resucitó al tercer día de entre los muertos en el poder del Espíritu; así también a ustedes, aunque deban pasar horas de aflicción y de muerte, los resucitará con él por el poder de su Palabra con la cual sustenta todas las cosas; ya sea que se trate en el tiempo actual, fortaleciéndoles la fe a través de los medios de gracia (la Palabra y los sacramentos) ; o ya sea que se trate del Día del Señor, es decir, el día de su segunda venida, resucitándoles su cuerpo mortal, tal como confesamos en el Credo Apostólico: “Creo en la resurrección de la carne, y la vida eterna. Amén”.

Teniendo tan grande promesa y seguridad, Dios los llama también a confiar en él, a que encomienden en oración todo asunto, tal como él nos enseñó en el Padrenuestro. Y en lo que concierne a la vida  comunitaria (la convivencia), los llama a que soporten las cargas de los más débiles, que enseñen con amor; y cuando la situación lo demande, a que permanezcan fieles al modelo de doctrina que recibieron a través de los profetas y apóstoles. De esta manera, viviendo en arrepentimiento diario a través de la vocación y del oficio que cada uno desempeña, vendrán a ser instrumentos útiles en la misión de Dios, ya que por el testimonio vivo de ustedes las personas darán gloria y honor a Dios y podrán alcanzar la fe en Cristo.

Miércoles de Ceniza, miércoles de reconocimiento de nuestra naturaleza pecaminosa, y de fe en la misericordia de Dios en Cristo.


Cordialmente, en Cristo.
Adrián Correnti.
9 de marzo de 2011.


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