16 junio, 2011

El Espíritu Santo convencerá (2º Parte)

Convencerá al mundo de pecado (v. 9): el anuncio de la ley. ¿Por qué se hace necesario que el Espíritu Santo recuerde y enseñe a la Iglesia las palabras de Cristo? Porque sin el auxilio del Espíritu Santo, lo más común en el mundo es predicar y enseñar un falso cristianismo, un falso arrepentimiento, que consiste en poner la confianza en las propias obras para sumar méritos delante de Dios. Tal falsa predicación y tal falso arrepentimiento engendra pura hipocresía y una piedad falsa. En el verdadero arrepentimiento, en el verdadero cristianismo, en cambio, el hombre desespera de sí mismo y se considera perdido y condenado a causa de su pecado (contrición) por el martillo de la Ley, a la vez que pone los pensamientos en Cristo o en la fe por el anuncio del dulce Evangelio.

El Espíritu Santo, mediante la Ley de Dios, “convence al mundo de pecado”. Esto es importante, porque si el mundo no tiene conocimiento de lo que es el pecado, consecuentemente no se puede saber en qué consiste en verdadero arrepentimiento.[1] El verdadero arrepentimiento comienza por la “contrición”. La contrición es una parte necesaria del arrepentimiento.[2] Es una obra y efecto exclusivo de la predicación de la Ley.[3] La contrición no es un mérito que podemos presentar delante de Dios para que él nos perdone.[4] La contrición ni siquiera es una buena obra, pues solo es tormento, quebrantamiento y sufrimiento en el hombre, es un temor que sólo Dios produce mediante el martillos de su Ley. Nadie puede producirse a sí mismo contrición.[5] La contrición es “el sincero dolor en el corazón, del sufrir y el sentir la muerte misma. Así es como comienza el verdadero arrepentimiento, debiendo el hombre escuchar la siguiente sentencia: ‘Todos ustedes nada valen. Ustedes, ya sean pecadores manifiestos o santos, deben llegar a ser otros de lo que son ahora. Toda su grandeza, sabiduría o santidad no valen nada; en este mundo nadie es justo’”[6].

Convencerá al mundo de justicia (v. 10): el  anuncio del evangelio. La verdadera contrición o dolor por nuestros pecados, lleva a que uno se pregunte: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”[7] Y aquí entra en escena el verdadero significado de otra palabra, de la palabra “penitencia”. “Penitencia” no significa “hacer satisfacción por los pecados”, sino “atemorizarse a causa de los pecados, a fin de desear la gracia”.[8] Significa que “Dios te ha hecho comprender que eres un pobre pecador perdido. Ahora estás preparado para allegarte a Jesús. Acude a él; pues él te acepta con todos tus pecados, con todas tus miserias, con todas tus angustias; él te acepta”[9] a pesar de lo que eres, a causa de la obra de Jesús en la cruz: que él murió por tus pecados. Más aún, resucitó y está sentado a la diestra de Dios y volverá otra vez para llevarnos con Él.
Porque “tan pronto como el corazón de los oyentes en el primer Pentecostés fue compungido, de modo que exclamaron: ¿Qué aremos?, se les predicó la gracia”[10]. ¿Se les exigió alguna obra meritoria? ¿Alguna peregrinación, algún sacrificio? No, sino que dice el apóstol Pedro: “Sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los que está lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame” (Hechos 2:38b-39).
      “El Nuevo Testamento añade en seguida al objeto [función] de la Ley la consoladora promesa de la gracia divina para los que creen en el evangelio. Dice Cristo: ‘Arrepiéntanse y crean el evangelio’ (Mc. 1:15), lo cual significa: ‘sean de otra manera y crean mi promesa”.[11] Pues “cuando la ley no actúa sin el auxilio del evangelio, todo es muerte e infierno y el hombre se hunde en la desesperación como Saulo o Judas”[12]… “Por otra parte, el evangelio no dispone de un solo medio para donar consuelo y perdón, sino de varios”.[13] “Pues Dios es superabundante en dar su gracia. Primero, por la palabra oral, en la cual es predicada la remisión de los pecados en todo el mundo, lo cual constituye el oficio propio del evangelio. En segundo término, mediante el bautismo. En tercer lugar, por medio del santo sacramento del altar. En cuarto, por medio del poder de las llaves la [absolución] y también por medio de la conversación y consolación mutua entre los hermanos.”[14] 
  Dios es superabundante en su gracia, porque el “arrepentimiento perdura entre los cristianos hasta la muerte, pues lucha contra los restantes pecados en la carne durante toda la vida, como san Pablo lo atestigua en Romanos 7.23 y 8:2, que él lucha contra la ley de sus miembros, etc., y esto no mediante propias fuerzas sino mediante el don del Espíritu Santo, don que sigue a la remisión de los pecados. Este mismo don nos purifica y nos limpia diariamente de los restantes pecados y procura hacer rectamente puro y santo al hombre.”[15]


[1] Walther, C.F.W. (1972).  Ley y Evangelio, E. W. Weigandt (trad. de Die Rechte Unterscheindung von Gesetz und Evangelium). Buenos Aires: LCMS,  p. 205.
[2] Ley y Evangelio, p. 198.
[3] Ley y Evangelio, p. 199.
[4] Ley y Evangelio, p. 199.
[5] Ley y Evangelio, p. 199.
[6] AE, III, 3º, § 2b-3: Meléndez, A. (Ed.). (2000). Libro de Concordia: Las Confesiones de la Iglesia Luterana. Saint Louis: Editorial Concordia, p. 314.
[7] Ley y Evangelio, p. 200.
[8] Ley y Evangelio, p. 200.
[9] Ley y Evangelio, p. 200.
[10] Ley y Evangelio, p. 202.
[11]Ley y Evangelio, p. 205 (AE, III, 3º, § 4: Libro de Concordia, p. 314).
[12] Ley y Evangelio, p. 205 (AE, III, 3º, § 7: Libro de Concordia, p. 314).
[13] Ley y Evangelio, p. 205 (AE, III, 3º, § 8: Libro de Concordia, p. 314).
[14] AE, III, 4º: Libro de Concordia, p. 321.
[15] AE, III, 3º, § 40: Libro de Concordia, p. 314.


Adrián Correnti.
16/06/2011.

 

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