01 junio, 2011

Salvando vidas (Parte 1)

Hace unos días iba de camino a la estación de ómnibus de Retiro para cambiar el pasaje de Juan, a fin de que llegara a Mar del Plata, no el viernes, sino el día sábado. Era como la hora del mediodía y faltaba poco para llegar a la terminal de tren. En el vagón donde me encontraba no había muchas personas, así que podía distinguir fácilmente el rostro de la mayoría de ellas. Era una mañana soleada y fresca, ideal para viajar.
Sin embargo, como venía pensando en la introducción para este mensaje, en lo que menos reparé era en las personas que me rodeaban. Como no pude encontrar una introducción adecuada, decidí volcar mis pensamientos en otra cosa. Fue ahí cuando me detuve a observar el rostro de aquellas personas. Ante un día tan hermoso, sus rostros decían otra cosa. Se las notaba cansadas. Algunos de aquellos rostros, reflejaban preocupación; otros, amargura. También había rostros alegres y conversadores. Pero en general, se notaba miradas cansadas, tal vez, por el trajín del viaje en aquel tren. Pero también, miradas que quizás reflejaban sentimientos más profundos que se encontraban en el corazón. Sentimientos y situaciones de su vida que las ponían tristes, que las hacían vivir aprisionadas o cautivas de vicios, de la violencia, o de la culpa.

Y entonces me acordé de las palabras del evangelio: “Jesús… viendo a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9:35, 36). Es como si Dios me estuviera diciendo: “¿Ves las personas que hay en este vagón? Ellas están agobiadas y abatidas porque no tienen un pastor que las guíe a verdes pastos y a fuentes de agua viva. Pero para eso te trasladé por medio del Bautismo de las tinieblas a la luz; del reino de satanás al reino de Dios; de una vida sin sentido a una vida en Cristo.”
         Entonces entendí por qué Dios instituyó el oficio pastoral, el ministerio de la Palabra de Dios: para salvar  y sanar vidas. Aunque las personas de este mundo tuvieran todas sus necesidades básicas satisfechas; y aunque tuvieran acceso a la educación y a la cultura, al arte y a la música, al trabajo, al deporte; aunque pudieran recibir una ayuda y tratamiento psicológicos, que los llevaran a una mejor calidad de vida, que los motivara y fortaleciera su autoestima; aunque todas esas cosas son importantes y necesarias; sin embargo para Jesús todavía faltaría una cosa, la más importante y la más valiosa: el perdón de Dios, la paz que trae a los corazones afligidos su reconciliación con nosotros por medio de Cristo, por medio del ministerio de la Palabra de Dios. Es decir, por medio de la predicación del santo evangelio y por la entrega de los sacramentos, el santo Bautismo y la santa Cena. Ante esta realidad, es que Jesús “dijo a sus discípulos: ‘La cosecha es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, pidan al Señor de la cosecha que envíe obreros a Su cosecha’” (Mt 9:37-38).


Adrián Correnti
01/06/2011

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