23 mayo, 2011

"Cuidado Pastoral" (Richard Eyer)


El libro "Cuidado Pastoral", de Richard Eyer, es excelente y muy relevante para la pastoral actual. El autor anima a los pacientes hospitalizados a que cuenten su historia de sufrimiento, para luego ayudarles a interpretar la misma a la luz de la historia de la cruz. Es verdad que muchas veces esto no es posible a la primera visita que se hace a un paciente, hermano enlutado, depresivo, etc., sino que sucede después un período de tiempo trascurrido. A veces no entendemos automáticamente lo que Dios tiene para decirnos en una situación de dolor. Pasan semanas, meses e incluso años hasta que, con la perspectiva que ofrece el tiempo trascurrido, y la fe que ha ido madurando bajo el amparo de la gracia divina, uno puede interpretar finalmente el actuar de Dios que estuvo presente en mi sufrimiento.

Ejemplo de ello podemos citar la conocida historia de José, el hijo de Jacob. Por envidia fue vendido por sus hermanos a unos mercaderes que se dirigían a Egipto. Allí luego, por la fidelidad a la Dios, tuvo que sufrir la cárcel, por instigación de la esposa de Potifar. Finalmente años después, siendo gobernador de Egipto, cuando sus hermanos vienen a comprar alimentos para sus familias en Canaán, José entiende, y les dice: “Ahora pues, no se entristezcan ni les pese el haberme vendido aquí. Pues para preservar vidas me envió Dios delante de ustedes… para preservarles un remanente en la tierra, y para guardarlos con vida… no fueron ustedes los que me enviaron aquí, sino Dios… Y besó a todos sus hermanos, y lloró sobre ellos. Después sus hermanos hablaron con él” (Génesis 45:5, 7, 15).
Es necesario buscar entender nuestra vida bajo la luz de la Palabra de Dios. Pero sabemos también que los tiempos de Dios suelen no ser nuestros tiempos, a causa de nuestro individualismo, el egoísmo, el utilitarismo, temores, ansiedad, deseos de fama, etc. Por lo general, nos apresuramos, en especial nosotros los más jóvenes. Actuando a contramano de nuestra tendencia carnal y pecadora, el Señor nos va enseñando a acomodarnos a los tiempos que él nos tiene preparado, en la confianza que él nos brinda en su Palabra de que “todo tiene su tiempo” (Eclesiastés 3:1), y que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (Romanos 8:28 BPD), pues fuimos "creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Efesios 2:10). 
Ser cristianos y teólogos de la cruz nos lleva tanto a interpretar nuestro dolor al pie de la cruz, como también a esperar en Dios cuando no conseguimos hacerlo. Esto vale para los enfermos y moribundos también. La cruz de Cristo no sólo es para entender nuestro dolor, sino también para aceptarlo y entregárselo a él, en la confianza de que Aquel que murió y asumió nuestro dolor, es también Aquel que resucitó para darnos el perdón y la vida eterna.
En unión con Él por el Bautismo, confiamos no sólo que participamos de los sufrimiento de Cristo, sino que en algún momento nos resucitará también con Él. Esto puede  tener lugar de diversas maneras en nuestra vida.  Puede que  nuestro Padre celestial lo haga “resucitándonos” en el sentido de proveer el pan de cada día. También toda vez que Cristo "resucita" nuestras relaciones quebradas, especialmente mediante la mutua confesión y absolución de los pecados entre hermanos en la fe; en la familia, entre  padres e hijos; entre compañeros de trabajo; y por la posterior corrección de la conducta pecaminosa y la “cicatrización” de las heridas físicas y/o emocionales. Y también sucede por la accón del Espíritu santificador, cuando resucite corporalmente a los creyentes de entre los muertos, en el día final, a fin de participar del banquete celestial y de las bodas de Cristo con su Iglesia.


Adrián Correnti
23/05/2011

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