18 mayo, 2011

La santidad tan buscada


Para comenzar, es preciso decir que nosotros los cristianos no queremos conformarnos a los valores del mundo, porque son contrarios a los mandamientos de Dios en su Palabra. Esto es, el individualismo, el hedonismo, el materialismo, el egoísmo, el relativismo religioso, los vicios, la falta de fe en Dios y su Palabra, la desobediencia a nuestros padres, la arrogancia, la soberbia, la falta de amor. Cuando comparamos los 10 Mandamietos con nuestra vida, en palabras, pensamientos, obras y actitudes, y deseos secretos del corazón, surge sin embargo, un fuego en nosotros que se rebela inconscientemente, y nos apenamos, sentimos dolor por eso, porque ofende a nuestro Salvador. Esa es la "carne", el viejo hombre en nosotros que tira para abajo, la vieja naturaleza heredada de Adán, la carne de pecado que arrastramos con nosotros hasta el día de nuestra muerte. Y uno dice: "¡Estoy perdido!" "¿Qué puedo hacer?" Pero la Palabra de Dios es clara:  "la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23a). Esta es la verdad: nada podemos hacer como para ser considerados  perfectos y santos delante de Dios.

Pero en Cristo, el Hijo de Dios, somos más que vencedores, gracias a Aquel que nos amó: siendo nosotros sus enemigos, él nos consideró sus amigos, dando su vida en la cruz para el perdón de nuestros pecados. Y esto, es por gracia, es decir, sin necesidad de alguna obra nuestra, ni siquiera la más chiquita, sin mover siquiera un sólo dedo. Pues el camino del calvario, sólo el Cordero de Dios pudo recorrerlo en buen de nosotros. Dice la Escritura que todos lo abandonaron, abandonado por Dios su Padre también. ¡Es por gracia que somos justos y santos, no por nuestras fuerzas! Dios así quiso revelar su justicia, castigando justamente en Cristo el pecado nuestro, para así absolvernos de nuestros delitos y librarnos de la  ira venidera y del castigo eterno, por amor de nosotros en Cristo.

No lo podemos explicar, pero una cosa sé: Dios es amor. Y eso me basta. De esto pruebas él nos dio: Cristo crucificado. Pablo dice en una de sus cartas: no quiero saber de otra cosa que de Cristo, y a Este crucificado (1º Corintios 2:2). Es como si dijera: "¡Satanás, cierra la boca! ¡Carne mía y sentidos míos, cierren la boca! ¡Corazón mío, cálmate! El Cordero de Dios, que en la cruz enmudeció y no abrió su boca, fue para que hoy pueda confesar con confianza mis pecados al Padre, en la promesa y seguridad de su perdón revelado en Cristo Jesús." Y el apóstol Juan dice en su primera carta:  "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad (1º Juan 1:9). Porque mayor que nuestros pecados, es el perdón de Dios revelado en Cristo Jesús: "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Romanos 5:20).

El Camino de Cristo, la santidad tan buscada, consiste en irnos convenciendo cada vez más de este "Dios por nosotros". La ira de Dios está calmada, pues Cristo lo ha reconciliado a Él, su Padre, con nosotros, y por eso ahora es también nuestro Padre por el Bautismo y la fe. Y que ahora él nos dice: mientras vayan, dondequiera que sea, donde estén, allí donde sirven en su vocación diaria, allí prediquen y enseñen (Mateo 28:19-20), tanto la ley de Dios y su ira contra el pecado, como la superabundante bondad de Dios revelada en Cristo Jesús. Eso es predicar "todo el consejo de Dios"; eso es predicar a la manera de Jesús: "El tiempo se ha cumplido, decía, arrepiéntanse y crean en el Evangelio", (Marcos 1:15), esto es, la Buena Noticia de Cristo.


En resumen: El cristiano no vive en sí mismo. Sino que el cristiano vive en Dios, por la fe (Ro 5:1), y en el prójimo, por el amor (Gal 5:6). Esta es la verdadera libertad cristiana y la auténtica vida cristiana. Todo lo demás, es engaño del diablo.

"Crecer en santidad", entonces, no consiste en ir sumando una serie de obras piadosas con las cuales dejar boquiabierto a Dios, y pensar así: "mirá lo bien que me porto Dios, me tenés que favorecer y dar lo que te pido". Al contrario, crecer en la santificación, es crecer día a día en arrepentimiento: en sincero dolor y pesar por mis pecadoss, y a la vez, en la confianza y en el uso de la doctrina de la justificación por fe, por causa de Cristo, por gracia sóla, en todos los aspecto de mi vida. Así dice 2º Pedro 3:18: "Crezcan... (en qué? ¿cómo?)... en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo".
 

Conocer a Dios, es reconocer lo que Él es para nosotros: un don y tesoro excelso que recibimos gratuitamente por la fe ("esto es mi Cuerpo, esto es mi Sangre, dado y derramada por vosotros", Mateo 26:26-28). Y tal como es Dios, así somos también nosotros con nuestro prójimo: un don y regalo de Dios puesto al alcance de otros.


Adrián Correnti
18/05/2011.

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