11 febrero, 2011

Mensaje para este 2011

Lecturas: Eclesiastés 3.1-13; Salmo 8; Apocalipsis 21.1-6ª; Mateo 25.31-46.

Introducción

Hoy como iglesia cristiana celebramos el día de año nuevo. La palabra clave de las lecturas de hoy que acabamos de leer, podría decirse que es la palabra “tiempo”. Hoy comienza un nuevo año, un nuevo tiempo para nosotros. ¿Qué nos depara el 2011? ¿Qué cosas queremos hacer, qué cosas estamos llamados a emprender? ¿Qué nuevo camino tenemos pensado transitar? ¿Qué es lo que Dios tendrá preparado para cada uno de ustedes?

Desarrollo

El libro de Eclesiastés, capítulo 3, dice que “hay un tiempo para todo” (v.1). Dios ha dado ciertas tareas, trabajos, “a los hijos de los hombres para que se ocupen” en los mismos (v.10). Con esto, Dios muestra que le ha dado al ser humano participación en el gobierno de su creación, como dice el Salmo 8: “Le hiciste (al hombre) señorear sobre las obras de tus manos, todo lo pusiste debajo de sus pies”.

Cada uno de ustedes es estimado y valioso a los ojos de Dios. Él no los considera ni máquinas, ni esclavos, ni engranajes de un sistema, sino que les hace participar del gobierno de sus criaturas.

Pero hay un tiempo, un Día, en que Dios vendrá y pedirá cuentas. Se trata de la segunda venida de Cristo, el día del Juicio Final, en donde los justos irán a la vida eterna y los injustos al castigo eterno (infierno). No se sabe ni el día ni la hora. Sólo sabemos que Cristo vendrá, y que debemos estar preparados.

Y lo único que nos capacita, es la fe en el Hijo de Dios, su obra en la cruz por nosotros. Porque por nuestras propias fuerzas no podemos alcanzar la justificación delante de Dios. Es verdad que la fe produce frutos, que son las buenas obras. Pero estas buenas obras no son la causa de nuestra justificación delante de Dios, sino la fe, que se apega a la obra de Cristo, de la cual emanan buenas obras. Los “justos” son aquellos que sirven por fe, sin pensar en un beneficio personal. Los “injustos”, en cambio, no sirven a nadie; y si lo hacen, es por egoísmo, para obtener un beneficio personal. Mientras que unos dan, los otros quitan; mientras que unos obran incondicionalmente, los otros lo hacen por interés.

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Entonces, ¿el cristianismo está en contra del capital? No, no está contra la economía, sino que la coloca en su justo lugar y “tiempo” en nuestra vida. A causa del pecado original, nuestra tendencia o inclinación natural es ser egoístas, egocéntricos, soberbios, desconfiados, calculadores, utilitaristas, desconsiderados, irrespetuosos, usureros, injustos. Pero para esto vino Cristo: para morir por nuestras injusticias, a fin de reconciliarnos con Dios.

Dios pide que, justificados mediante la fe, es decir, por su misericordia al enviarnos a Cristo, andemos en vida nueva. Que usemos en adelante de los bienes materiales y de todo lo creado, responsablemente, de manera sustentable, ecológica, sana, como agrada a Dios. Que no exploten a su prójimo, sino que lo ayuden en lo que puedan, para que mejore su calidad de vida. Dios no les pide cosas extraordinarias, sino que en lo poco o mucho que puedan hacer, lo hagan con fidelidad y de corazón, sin segundas intensiones o con engaño.

Dios, por su parte, nos bendecirá, dándonos la paz y una conciencia tranquila. Además, en su libre voluntad y por su gracia bondadosa y paternal, nos concederá salud, fortalecimiento de nuestra fe, y otras ayudas, por su amor y sin que uno se dé cuenta muchas veces. Por todas estas bendiciones materiales y espirituales, siempre debemos darle gracias, porque por medio de ellas ustedes son capacitados para dar testimonio de Cristo y de su precioso evangelio del perdón, el cual él nos consiguió gratuitamente, no con oro o plata, sino derramando su santa y preciosa sangre.

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Fuimos puestos por Dios como administradores de este mundo, y también fuimos llamados por el Espíritu Santo mediante el evangelio para ser además buenos administradores de los misterios de Dios, esto es, de su santa palabra y de los sacramentos. Porque a través de la palabra divina, cuando es debidamente predicada y enseñada, y la fe que se aferra a ella, es que Dios gobierna en su iglesia, es decir, en nuestros corazones. Pero en las cosas o los asuntos terrenales, Dios dispuso ejercer su gobierno a través de las autoridades: presidente, concejales, jueces, policía, que son elegidos por el voto del pueblo.

Sin embargo, a pesar de ser cargos y oficios necesarios e instituidos por Dios para el orden y el bien de todos, pasa muchas veces que las personas que desempeñan dichos oficios los usan para beneficio propio. Luego, la gente se pregunta: ¿Por qué tanta injusticia? ¿Dónde está Dios en el mundo? ¿Por qué no viene y cambia las cosas? Pero para eso Dios puso esos oficios: para que por medio de ellos, las personas administren el mundo como representantes de Dios.

Antes de preguntar “¿Dónde está Dios en este mundo de tanta maldad?”, habría que preguntarse: “¿Dónde estás tú?” ¿Dónde está uno parado con respecto a su oficio? ¿Cómo lo estamos desempeñando? ¿Para provecho propio, o para el bien de todos? ¿Con afán de lucro, o con espíritu de servicio? ¿Dónde estás vos cuando te necesita tu prójimo?”

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“¿Qué es el hombre?” (pregunta el Salmo 8.4): administrador de la creación de Dios. No es Dios, tampoco es un mero animal, sino que fue creado a “imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1.26-27); es decir, con justicia y santidad perfecta, como Dios, pero siendo una criatura. Dios, además, le dio una mente racional, voluntad, sentidos, y un cuerpo y alma. Pero el hombre fue irresponsable, quiso ser más que Dios. Por engaño del diablo cayó en pecado y condenación eterna. Pero Dios, en su infinita bondad, visitó a la humanidad por medio de su Hijo Jesucristo. Así dice el Salmo 8.4: “¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?”

Dios no se desentendió de la miseria del hombre. Dios no lo olvidó. Dios no lo dejó a la deriva. Vino a buscarlo, a rescatarlo, a estar con él. Dios envió a su Hijo Jesús para que pagara por tus pecados. El castigo por la transgresión que tú cometiste, él lo sufrió en la cruz del Calvario, para que tengas paz, perdón y vida eterna junto a Él. ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está el lugar de encuentro con Él? Dios se da a conocer y hace visible su amor por todos, en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Como Jesús dice: “El que me ve a mí, ve al (Padre) que me envió” (Juan 12.45 NVI). Y en otra parte el apóstol Pablo dice: “Por medio de él (Jesucristo) tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu” (Efesios 2.18 NVI).

La cruz de Cristo es el lugar de encuentro y de reconciliación entre Dios santo y los hombres pecadores. Jesús es nuestro abogado y mediador perfecto, al ser Dios y hombre a la vez. Por medio de su palabra y los sacramentos que instituyó para nosotros, él gobierna en la iglesia, la conduce, la guía, la santifica, y la mantiene unida en la fe y el amor.

Y Cristo volverá otra vez, para llevarnos con él, al fin del mundo. Lo que muestra la lectura de Apocalipsis 21.1-6a, es que Dios está preparando para nosotros un tiempo nuevo. El apóstol Juan dice: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (21.1), y también “Dios mismo estará con ellos” (21.3). Dios, dice en Apocalipsis, está por hacer “nuevas todas las cosas” (21.5). La segunda venida de Cristo no solamente es para “venir a juzgar a los vivos y a los muertos” (como confesamos en el Credo Apostólico), a separar las ovejas de los cabritos (Mateo 25), sino también para inaugurar un tiempo nuevo, un universo nuevo, al cual ya hoy tenemos acceso mediante la fe.

Es en esa esperanza, de su venida y de nuestra resurrección, que ―mientras que vemos que se aproxima ese Día―, vivimos como peregrinos en esta tierra, no poniendo nuestra mirada (o nuestra esperanza), en las cosas terrenales, sino en las celestiales, en las cosas de “arriba”.

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¿Qué significa esto para mí, para ustedes, en este 2011 que recién comienza? Significa que, movidos por la fe y el perdón de Dios, sigamos sirviendo a nuestro prójimo con amor. Significa, como dice Jesús, dar de comer al hambriento; dar de beber al que tiene sed; significa tratar y recibir con hospitalidad al extranjero, al turista; cubrir al desnudo; visitar al enfermo, sea del alma o del cuerpo, y acercarle la palabra del Buen Pastor; y significa venir a ver al preso, sea en forma literal o metafórica.

Es decir, en este año Dios pide a su iglesia que vele por el bienestar espiritual y corporal de nuestros hijos, conocidos; y también y fundamentalmente, de aquellos que están totalmente desamparados, de aquellos que están tristes y agobiados por el peso de los problemas, de la culpa y del pecado.

Dios está mostrándonos como iglesia cristiana, en este tiempo, el alto valor que tiene para Él la vida humana, y que renovemos una vez más el compromiso de defender la vida, y de compartir con el prójimo a aquel que es “la” Vida con mayúsculas, que es Cristo. Pero tengan en cuenta que, como decíamos al principio, no es por hacer estas obras buenas que uno es justificado delante de Dios, sino solo por gracia, por fe en Jesucristo y su obra por nosotros. Como decía Lutero: “No son las obras buenas las que tornan al hombre ‘bueno’, sino que es el hombre ‘bueno’ (el justo, el creyente) el que hace obras buenas.”

Conclusión

Mi pedido a Dios, entonces, es que les anime a cada uno de ustedes a perseverar en la vocación (en alemán, berúf ) que cada uno ha recibido de parte del Señor. Él les dice: “No teman. Manténganse firmes. Vengo pronto”. A unos, sea como comerciante; otros, como hijos, haciendo caso a la voz de los papás; otros, sirviendo de corazón en el empleo que tengan; otro, siendo buen padre y madre, educando mediante la Ley y el Evangelio, así como Dios trata con nosotros; otros, cumpliendo sus deberes en el estudio que tengan o en la profesión de que se están por recibir, no copiándose ni haciéndose machetes, sino buscando aprender. “No teman. Manténganse firmes. Vengo pronto”― dice el Señor. Amén.

Adrián Correnti, 6º año.

Seminario Concordia.

Iglesia Evangélica Luterana Argentina.


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